miércoles, 19 de febrero de 2014

De medallas e hipocresía

Hay una lista (demasiado extensa, por desgracia) de deportes a los que me gusta referirme como deportes bisiestos. No porque necesariamente se practiquen cada cuatro años (lo cual, admitámoslo, no sería demasiado provechoso), sino porque el público únicamente parece reparar en ellos en ese intervalo de tiempo.

Me refiero, como es natural, a los deportes minoritarios que, casualidades de la vida, son olímpicos. ¿Y qué modalidades puede haber más minoritarias en España, país representativo del "turismo de sol y playa", que las practicadas en invierno?
En los últimos meses, debido a los JJOO de Sochi, competiciones de snowboard, skeleton o curling son retransmitidas en directo a través de los principales canales deportivos. Un hecho excepcional.

Y yo, que me he tragado difusiones a las tres de la madrugada porque es el único hueco libre en la parrilla, no puedo evitar observar la hipocresía que indefectiblemente viene de la mano de unas Olimpiadas.

Hipocresía como la de los cientos de personas que alabaron el nombre del patinaje artístico cuando parecía obvio que ganaríamos una medalla y que ahora que podemos celebrar un nada desdeñable cuarto puesto miran para otro lado. Como la de los espectadores que creían que Javier Fernández era el vecino de enfrente y que ahora se levantan en armas contra él a causa de unos desafortunados comentarios en un periódico de tirada nacional.

Al poco de llegar a Rusia, el patinador (bicampeón europeo y tercero en el ranking mundial de la ISU) concedió una entrevista al periódico El Mundo. Al preguntarle sus impresiones acerca de la controversia sobre la homosexualidad en el país, respondió:
Los Juegos son deporte y no política. Yo tengo mi opinión y no me meto en lo que piense cada uno, aunque creo que, quieras o no, hay que respetar las leyes del país que visitas. Tampoco me parece un gran dilema. Mejor que los homosexuales se corten un poco estos días de los Juegos y luego que sigan con su vida.
No hace falta ser un lector demasiado avispado para darse cuenta de que se trata de una frase inofensiva, casi un consejo de una persona (antentos, señoras y señores) ajena a la política. Quizá mi comprensión lectora no sea tan buena como se podría esperar, pero yo no capto un ápice de crítica a sus declaraciones. Me parecen, más bien, típicas de alguien que desconoce la malicia inherente al periodismo y habla con la prensa como lo haría al tomar unas cañas con los amigos.
Claro que en un mundo como el nuestro, donde un buenismo vacío se ha convertido en bandera (a falta de principios), sus palabras son tan dañinas que lo mejor que podría hacer el muchacho sería retirarse del mundo de la competición. Oh, y a ser posible convertirse en un ermitaño Salinger de 22 años, muchas gracias.

Tras su paso por los Juegos, de los que se lleva un diploma olímpico con sabor a medalla, los comentarios negativos comenzaron a caer sobre él. Las mismas personas que se alegraban ante la posibilidad de una victoria en un deporte que ni les va ni les viene empezaron a criticar por el mero hecho de hacerlo. Porque parece ser que exaltarse por pequeñeces y cerrar los ojos a los problemas reales debería ser lo nuestro y no los deportes olímpicos.
Uno de los comentarios, haciendo gala de una irónica ignorancia del concepto de karma, aseguraba que Fernández se había "cortado de ganar una medalla" por haber pedido a los homosexuales que se cortasen en Sochi.

Sinceramente, no sé cómo responder a eso. Tal vez a mis diecinueve años todavía no haya aprendido qué significa de verdad el deporte. Para mí está desligado del politiqueo y de las vidas privadas de los atletas. Incluso aunque Fernández estuviese en contra de la homosexualidad, una postura que naturalmente no comparto, eso no lo convertiría en un mal patinador. Seguiría representándonos en el terreno deportivo, y por el momento ningún juez olímpico hace exámenes de conciencia a la hora de repartir medallas. Como ciudadanos de un país que carece de pistas de hielo permanentes en la mayoría de sus comunidades autónomas, cuyas becas deportivas son comparables a las de estudios en términos de ayuda, cuyos deportistas- futbolistas y tenistas excluidos- deben "buscarse la vida" para luchar por su sueño, deberíamos sentirnos orgullosos de que alguien tan joven haya conseguido tanto en una modalidad olvidada.
Porque para mí el deporte es pasión, autocontrol, arte, competición y, precisamente, orgullo. Junto a la cultura y la ciencia, el deporte es el motor que da vida y hace crecer a un país. Pero quizá esto es idealismo. Quizá haya que buscarle cinco pies al gato, hablar sin saber y jugar a ver quién es más progresista cuando no estamos en campaña electoral.

Porque, señores españoles, no se demuestra nada condenando a un atleta por un reportaje escrito con muy mala leche. La conciencia política se defiende día a día y, observando el rumbo que lleva nuestro país y la indiferencia de tanta gente, yo diría que aquí no tenemos demasiada. Quizá me estoy llevando una idea errónea del mundo, pero no me importa un porcentaje ridículo de mis impuestos se dirija a unas becas deportivas de carácter simbólico. No si contribuye a cumplir los sueños de alguien. No si el deporte sigue creciendo y haciéndose grande.

Pero no nos preocupemos. En marzo regresará a nuestras pantallas la prensa rosa del fútbol. Desaparecerá el patinaje artístico. Y el snowboard. Y el curling. Y el skeleton. Y el hockey. Y el esquí. Y todos aquellos deportes que ensalzamos cuando huelen a oro para luego olvidarlos si nos damos de bruces contra la derrota.

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